“Mi
respuesta”
-Vale,
Wïlden. Eres imbécil.
He cometido un error de cálculo. Mejor dicho, Kenlish y yo hemos cometido un error muy grave: no recuerdo
que el día anterior, al despedirnos, acordásemos un lugar en el que
encontrarnos para darle una contestación
a su propuesta de venganza. Y yo he sido tan ingenuo de salir de la residencia
masculina esta mañana, tras el desayuno, creyendo que me iba a topar con ella a
la vuelta de la esquina.
Llevo dando vueltas por el campus desde
que me di cuenta de mi fallo, exprimiéndome los sesos en busca de algún posible
lugar donde encontrarme con ella, de alguna pista que hubiera podido darme
indirectamente… Pero es inútil. No la conozco lo suficiente como para averiguar
sus rutinas, sus lugares favoritos, su forma de pensar… Es imposible que dé con
ella, al menos antes del mediodía.
-Genial…
He madrugado para nada.- Meto mis manos en los bolsillos de mi uniforme y
dirijo mis pasos hacia el parque central. Aún queda casi una hora hasta el
inicio de las clases y no me apetece nada estar tan temprano en mi aula.
La única ventaja que le veo al hecho de
haber salido antes de lo habitual de la residencia es que habré pillado a
Dragamsel y los suyos totalmente desprevenidos. Es poco probable que me puedan
hacer nada esta mañana, puesto que no hay precedentes de situaciones en las que
me levante antes que ellos. Y por lo tanto, no saben a qué lugares puedo
dirigirme en esta ocasión. Soy libre durante una hora.
Atravieso un camino empedrado que
discurre entre los árboles y desemboco en una de las dos plazas situadas a
ambos extremos del lago que se encuentra en medio del parque. En una de las
orillas laterales veo a un par de estudiantes arrastrando unas piraguas,
seguramente sacadas de la caseta del club de remo que se encuentra en el
extremo de la plaza. Durante un rato, me quedo sentado en un banco observando cómo
las embarcaciones se deslizan sobre el agua, ensimismado y ajeno a cuánto me
rodea.
Pero entonces, una extraña sensación
recorre mi espalda. Es como un suave cosquilleo a lo largo de mi columna
vertebral, como si alguien me estuviera acariciando con la yema de los dedos.
Me estremezco con un escalofrío y miro a ambos lados, pero no veo a nadie en la
plaza.
-Habrá
sido la brisa… Últimamente está refrescando más de lo normal por las mañanas…
Nada más pensar eso, noto un par de
dedos apretándose contra la parte posterior de mi nuca. Un agradable olor a
frambuesas me envuelve cuando una brisa repentina se levanta a mi espalda, al
tiempo que una voz familiar me susurra un misterioso “¿Quién soy?” al oído.
-Eres buena, Kenlish. Casi ni me he dado
cuenta de que te me estabas acercando.- Suelto por respuesta a la vez que la
chica empieza a reírse por lo bajo detrás de mí. Al volverme, me la encuentro
observándome con satisfacción, como si se enorgulleciera del hecho de haber
podido burlar mi radar de peligros con tanta facilidad.- ¿Esas son formas de
saludar a alguien?
-No, claro que no. Pero te he visto tan
absorto desde que has llegado que no he podido evitar darte un toque de
atención. Si se lo pones tan fácil a esos matones todos los días, no me extraña
que te atosiguen tanto.
-Hoy es un día especial. Normalmente,
los viernes como hoy suelo levantarme algo más tarde y me pongo a correr media
hora antes de ir a clases… Y estoy muy atento durante todo el recorrido. No
suelo darle facilidades a mis enemigos.
-¿Entonces qué ha pasado hoy, que estás
aquí tan campante y con la guardia baja?- Cruza los brazos y me estudia
seriamente con la mirada. Noto cierta curiosidad en su tono.- ¿No te encuentras
bien?
-No, me encuentro perfectamente. En
realidad te estaba buscando a ti.
-¿A mí?- Parece que la he cogido por
sorpresa, porque mi nueva amiga da un respingo y se queda boquiabierta durante
unos segundos. Pero enseguida recobra la compostura y adopta un semblante de
curiosidad que me hace sonreír por dentro.- ¿Quiere decir eso que te has
pensado lo que te propuse ayer?
Dejo que la sonrisa aflore a mi rostro y
la invito a sentarse a mi lado, y la chica procede sin quitarme los ojos de
encima. Noto como una sonrisa, apenas perceptible, empieza a dibujarse en sus
labios.
-Le he estado dando vueltas durante la
noche… Y he llegado a la conclusión de que ya va siendo hora de que demuestre a
todo el mundo de lo que soy capaz. Quiero que me tomen en serio por una vez.
Que sepan que Wïlden, “el proscrito”, también puede morder si se lo propone.-
La llama que había prendido anoche en mi pecho alimenta mis palabras, dándome
un coraje que no había sentido nunca.- Pero, si voy a ayudarte, tengo una
condición.
Aunque exteriormente demuestra ser una
auténtica maestra en el control de sus emociones, al observar a Kenlish tras
pronunciar mi discurso tengo la sensación de que emana de ella un torrente de
fuertes emociones. ¿Felicidad? ¿Curiosidad morbosa? ¿Orgullo ajeno? No sabría
decir que sensación me transmite exactamente, pero aunque mi interior cree
estar en sintonía con ella, ante mis ojos sigue demostrando un dominio
impecable para su edad.
-Y… ¿Qué condiciones quieres, Wïlden?-
Su tono es afable, pero correcto.- ¿Algo del estilo “si nos pillan tú eres
quien me incitó a hacerlo?
-Ni mucho menos. Si lo hacemos, vamos a
estar los dos en las mismas condiciones, y por lo tanto, el castigo de uno será
también el del otro. Así lo he decidido. Pero…- Ambos nos sostenemos una
intensa mirada.- Quiero demostrar que somos mejores personas que todos aquellos
de quienes queremos vengarnos. Y por eso, si vamos a vengarnos de todo el
instituto… Quiero que sea una venganza “justa”.
Sin que nadie sufra dolor, ni torturas de ningún tipo. Que dejemos
patente de lo que ambos somos capaces, llegar a lesionar a nadie.
Kenlish me tiende una mano, mostrando
una sonrisa perfecta al mismo tiempo. La sensación que me transmite ahora
tiene, además, una cierta mezcla de gratitud y alivio, pero ignoro todo lo que
mi subconsciente me transmite y me centro en lo que mis ojos ven. El inicio de
una alianza que cambiará nuestras vidas en lo venidero.
-Sea, pues.- Ambos nos estrechamos las
manos, y me estremezco al constatar de nuevo la suavidad de su piel.- Lo
haremos de esa forma. Pero… ¿Has pensado en algo?
Un incómodo silencio se hace dueño del
lugar tras esas palabras. A lo lejos, oímos el chapoteo de los remos de las
piraguas y el cantar de los pájaros, acompañando a mi cerebro en su frenética
actividad por encontrar algo que sirva a lo que le he contado a Kenlish.
-De acuerdo, no pasa nada.- Mi amiga
retira la mano y adopta una posición pensativa.- Ahora que ya lo hemos
decidido, podemos centrarnos en pensar que es lo que vamos a hacer. Podemos
hablarlo más tarde, durante el recreo o a la hora del almuerzo si quieres. Quién
sabe, a lo mejor durante las clases practicas de la mañana se nos ocurre alguna
idea…
…
-¡WÏLDEN! ¡¿Quieres hacer el favor de
dejar de dormirte en clase?!
El berrido del profesor ha sido
prácticamente en mi oreja y, no sé si por el sobresalto o por la fuerza del
grito, he acabado cayéndome del asiento y golpeándome la cabeza con mi maletín.
Mis compañeros de clase empiezan a soltar risotadas y oigo que alguien hace un
comentario, pero ni tan siquiera comprendo lo que dice. Estoy demasiado ocupado
tratando de regresar mi mente a mi cuerpo.
El horario del instituto está dividido
en dos franjas: una de mañana y otra de tarde, cada una compuesta por cuatro
horas y media de trabajo en las aulas y descansos. Oigo como la campana del
cambio de hora anuncia las diez de la mañana, por lo que ya llevo hora y media
intentando sobrevivir, con evidente poco éxito, a las clases, pero algo en mi
interior grita de alegría al darme cuenta de que no tendré que soportar ningún
castigo inmediato. El aspecto del profesor se me antoja contrariado,
seguramente porque no podrá reprenderme en público el día de hoy, pero eso no
le impide endosarme una gruesa lista de tareas para el lunes, a modo de
correctivo.
Me permito lucir una enorme sonrisa de
oreja a oreja mientras observo como el profesor abandona la sala. Tener un poco
más de deberes no me importa demasiado, sobre todo ahora que tengo acceso a una
de las mentes más brillantes de toda la escuela… Aunque suene un poco egoísta
por mi parte pensar así de Kenlish. Sin embargo, mi alegría se evapora como el
éter en cuanto me doy cuenta de lo que viene a continuación.
-¡En pie!- Suelta el delegado de clase
cuando una silueta se recorta al otro lado del umbral de entrada. Todos mis
compañeros se levantan al unísono para presentar sus respetos al profesor de
Ética, Arxel Rasmus, que acaba de entrar por la puerta.
Es un sujeto alto, de pelo negro y
siempre repeinado hasta la obsesión. Sus ojos oscuros, parapetados detrás de
sus gafas, siempre andan a la caza de algún atisbo de descontrol en los rostros
de sus alumnos…Unos ojos tan inquietantes que puede provocarte escalofríos sin
siquiera sostenerle la mirada. Pero lo que realmente me da escalofríos, es ese
maldito reloj de bolsillo que siempre, siempre lleva consigo.
Lleva algún tipo de grabado heráldico en
la cubierta: un águila imperial, sosteniendo un huevo con dos flechas cruzadas
tras ella, junto con algo más aparte de un mensaje en elfo antiguo que nunca he
llegado a leer. Lo consulta a cada rato, casi siempre antes de lanzar una
pregunta envenenada a cierto estudiante desprevenido… El sonido de su apertura
siempre es un mal presagio para mí, y no dudo de que hoy no va a ser una
excepción.
El profesor Rasmus coloca su carpeta de cuero negro llena de folios sobre
la mesa y la mueve mínimamente hasta asegurarse de que está colocada
simétricamente frente a él. En lugar de darnos permiso para sentarnos, toma
asiento él y del bolsillo de su chaqueta saca el distintivo reloj de oro, lo
destapa con suma delicadeza y consulta la hora como si fuese la mayor maravilla
del mundo.
- Pueden sentarse.- Suelta al cabo de un rato. Me inclino para coger mi
cartera y sacar la carpeta con mis apuntes pero la voz del profesor llama mi
atención.- Por favor chicos, calma. ¿Cuándo he dicho yo que vamos a seguir con
la clase de ayer? Estamos en una clase práctica, la teoría viene después…
Entre
las cuatro horas y media de la mañana tenemos una hora reservada para clases
prácticas de media hora de las dos materias principales que tengamos ese día.
Según nuestro plan de estudios, que varía semana a semana en cuanto al número
de hora que recibimos de cada asignatura, esas pequeñas prácticas han de
servirnos para aprender mucho más… Pero con este profesor, pongo en duda la
efectividad de dicho método.
- Ayer, comentábamos que la razón prevalece, a modo de conclusión, sobre la
realidad. Y Como me da la sensación de que ustedes ya dominan los conocimientos
necesarios, les propongo un “falso debate” entre la clase en base a una serie
de preguntas que les iré realizando a lo largo de estos 30 maravillosos
minutos. ¿A que tiene buena pinta?- Todos mis compañeros asienten con
admiración. Yo soy el único que trata de ignorarlo deliberadamente observando
un árbol por la ventana, junto al parque.
El
profesor Rasmus se incorpora y comienza a pasear entre las mesas, haciendo
girar su adorado reloj entre sus dedos al mismo tiempo. Mi cuerpo se va
tensando de forma inconsciente mientras sigo con la mirada el maldito objeto, hasta
que, de pronto, el profesor se detiene a mi lado sobresaltándome. Alzo los ojos
hacia su rostro e intento sostenerle la mirada más sosegada que puedo, pues mi
instinto me está advirtiendo a gritos lo que viene a continuación.
El
profesor introduce una mano en uno de sus bolsillos y saca de él una naranja,
provocando un emocionado murmullo entre mis compañeros. Puedo notar como todos
fijan sus miradas en mi nuca, y casi puedo oler la expectación que emana de sus
respiraciones agitadas. Verme defenderme de sus ataques verbales debe de ser
todo un espectáculo para ellos.
- ¿Qué es esto?- La respuesta por parte de todos fue unánime.- No, no, no.
No se limiten a la evidencia. ¡Claro que es una naranja! Obsérvenla con más
detenimiento, mediten sobre lo que ven. Cada rasgo, cada hoyuelo, cada ángulo,
cada matiz de su paleta de colores.- Un silencio calculado se adueña de la
clase durante apenas un par de segundos.- ¡Wïlden!.- Todos giran sus cabezas
hacia mí y más de uno es incapaz de contener una pequeña carcajada por lo bajo.
-¿Sí,
profesor Rasmus?- Respondo en el tono más neutro que puedo.
-¿Qué
ves tú en esta naranja, Wïlden?
-Realmente
soy incapaz de ver nada trascendental en estos momentos, profesor… ¿Podría
decirme que ve usted para poder orientarme un poco?- Intento lanzar balones
fuera de mi tejado, pero cualquier intento de ganar tiempo será inútil. En
cualquier momento, se lanzará como un león a la yugular.
- Yo veo una representación perfecta de cómo es cada una de nuestras
vidas.- Mis compañeros sueltan un sonido de admiración ante tal respuesta, como
si hubiera soltado algún tipo de revelación divina. A mí, en cambio sigue sin
decirme nada.- Seguramente muchos todavía no saben a qué me refiero pero
tranquilos que para eso estoy yo aquí, para guiarles al conocimiento y la
verdad.- Se inclina sobre mí y me taladra con sus implacables ojos.- ¿Podrías
decirnos qué tipo de relación puedes hacer entre nuestras vidas y esta naranja,
Wïlden?
- La naranja es el único fruto que conocemos que tiene la forma, color y
sabor que nos obliga a denominarla de tal forma. Aunque le saquemos las pipas y
las plantemos el árbol que salga nos seguirá dando naranjas, ni limones, ni
albaricoques, ni manzanas. Por eso es única.- Respondo de carrerilla, sin
detenerme a pensarlo demasiado. Sin embargo, una idea tan demencial como
inesperada irrumpe en mi mente, como si mi subconsciente me animase a
disparársela cual proyectil al profesor en sus propias narices.- El elfo es un ser único, no existe ninguna
otra criatura que se le parezca y por tanto su progenie seguirán siendo elfos.
¿Le parece correcto, profesor Rasmus?
La sonrisa que pujaba por tomar posesión de mi cara se esfuma de
golpe al ver un brillo de malicia en los ojos del profesor. Mi instinto me dice
que algo ha ido mal, que mis palabras no han sido las adecuadas… o que mi
entonación haya podido delatar algo de fondo. Se me erizan los pelos del cuello
cuando se inclina sobre mi para susurrarme al oído.
-¿Y entonces, qué eres tú?- Se retira sigilosamente, sabiendo que me
ha herido en el orgullo de la peor de las maneras: usando mis propias palabras
como pretexto. Se mueve en dirección a la pizarra, volviéndose hacia nosotros
con aires dramáticos.- Correcto, nuestro…”medio compañero”… tiene razón por hoy.
Oigo risas entre mis compañeros mientras él comienza a escribir en la
pizarra, con su enrevesada caligrafía, la palabra “raza” en élfico antiguo.
- No tienen ni idea de la cantidad de criaturas extrañas y exquisitas que
hay fuera de esta isla.- Comienza a orar en su habitual tono de trascendencia.-
Peces con pequeñas alas que surcan la superficie del agua, águilas que son más
perros que aves, y luego están
esos…humanos.
Esta
vez no hay risas. La crudeza con la que ha pronunciado la última palabra le
quita cualquier atisbo de comedia a la clase, y noto como algunos vuelven su
vista hacia mí. El corazón empieza a arderme en el pecho por la ansiedad, así
que desvío la mirada por la ventana y me concentro en los árboles del parque
que veo a través del cristal. Pero no puedo taparme los oídos para evitar oír
las puñaladas que me lanzan.
-No
existe criatura más primitiva y destructiva como ellos. Su intelecto apenas les
hace capaces de entendernos, y cómo prueba de lo escasamente desarrollados que
están en tal sentido están todas las barbaries que han cometido a lo largo de
su corta y penosa existencia como especie: se matan entre ellos constantemente
en guerras egoístas, se humillan entre ellos por los más bajos instintos
propios solo de animales, se esclavizan unos a otros… Matan y arguyen mentiras
para justificarse.- El sonido de la campana que anuncia el descanso de media
mañana interrumpe su oratoria, para alivio de muchos de los presentes. Sin
embargo, Arxel no parece haberse molestado por ese detalle.- Tranquilos
muchachos, la filosofía es como un sorbete, hay que degustarla poco a poco, si
no, te duele la cabeza… ¿A qué vienen
esas prisas, Wïlden?
Ni me
molesto en contestarle. En cuanto ha sonado la campana me he levantado como un
resorte y he encarado la puerta del aula como si me dirigiera a la salida de un
oscuro túnel. No es hasta que me encuentro en el rellano de las escaleras del
primer piso que me doy cuenta de que he salido de la clase. Aún no ha salido
nadie al pasillo, lo que no hace sino empeorar mi estado de ánimo.
-Mierda…- Doy un puñetazo a la pared que
separa las entradas de los dos servicios de esa planta y me hago una pequeña
herida en los nudillos.- Cómo si no fuera
suficiente haberle dejado reírse en mi cara, ahora encima me va a poner un
parte por abandonar la clase antes que él… Qué ganas de agarrar ese cuello de insecto y…
-¿Wïlden?
Mi
cuello se gira tan rápido que siento una punzada de dolor al quedarme mirando
hacia el servicio femenino, de donde acaba de salir Kenlish con aspecto de
haberse dado una ducha… Con ropa incluida.
-¡Kenlish!
¿Qué te ha pasado para estar así?- Le pregunto tras un quejido mientras me
froto el cuello con una mano.
-Pues
algo más divertido que lo tuyo, seguro.- Se pone frente a mí y me examina con
ojos agudos. Ya no hay ni rastro de la herida del día anterior, y en lugar de
sangre veo deslizarse una gota de agua por su mejilla. He de decir que me gusta
el cambio.- ¿Qué te ha hecho la pared para que te arriesgues a destrozarte la
mano, eh?
-Ella,
nada.- Me miro el rasguño de los nudillos, que ha empezado a soltar un pequeño
hilillo de sangre, para mi propia ironía.- Ha sido el profesor Rasmus, que ha
vuelto a humillarme ante toda la clase… Sólo estaba desahogando mi rabia. No
pensé que pudieras estar mirando.
-Bueno,
quizás lo que tengo que decirte te levante ese ánimo.
Levanto
la vista hacia ella y me la encuentro sonriendo con un fiero orgullo asomando
por sus ojos. No puedo evitar reírme para mis adentros, pues sus brazos cruzados
ante el pecho, unidos a esa sonrisa de autoconfianza, delatan que tiene dos
años menos que yo.
-¿Tienes
algo que decirme que puede animarme?- Kenlish asiente enérgicamente.- Y… ¿Tiene
que ver con que estés hecha una sopa ahora mismo?- Vuelve a asentir.- ¿Y me lo
vas a contar de una vez o me vas a hacer un discurso en el lenguaje para
sordos?
-Te
lo voy a contar, pero aquí no es prudente ni oportuno.- Sus ojos se vuelven
hacia el extremo del pasillo por donde queda mi clase, de donde ya empiezan a
brotar los alumnos como gotas de lluvia.- ¿Qué tal un poco de tarta cuando
terminemos las clases de la tarde?