Empiezo a notar una sensación soporífera en el aire. El
ambiente en torno a Dawn es suave y embriagador, con ligeros toques frescos que
me recuerdan a fruta fresca, y penetra en mis sentidos, envolviéndome. Me
cuesta mantener la concentración, la figura del hada se va difuminando al
tiempo que el sonido de su voz, llamándome, se pierde como si me alejase rápidamente
de ahí...
En la nebulosa de los sueños mis
recuerdos parecen reflotar, ahora liberados del férreo abrazo al que los someto
durante el día. Principalmente, por el mismo sueño que en ese momento, nubla mi
percepción.
El recuerdo del día en el cual todo
acabó para mí. El día en que perdí mis alas blancas y obtuve unas negras a
cambio sin yo pedirlo.
Aquél día, había salido a los bosques
que rodean el castillo, en busca de mi lugar favorito a la sombra de unos pinos
que así tocaban la cumbre de una alta colina que quedaba al suroeste. Y al
igual que esta noche eterna que paso con Dawn, el sueño me acabó venciendo al
poco de llegar a ese lugar. Cuando me encontraba sumido en el duermevela, oí
voces. Voces que al parecer no se habían percatado de mi presencia. Hablaban en
un tono muy serio, una voz otrora cargada de sentimiento, otrora desesperada;
la otra, cortante a la par que trataba de ser conciliadora.
Hablaban de mí. Curiosamente, la voz
que sonaba desesperada y sentimental, era la que estaba pidiendo a la otra
que... Me expulsaran del castillo. La voz cortante, en cambio, parecía estar de
mi parte, y le insistía a la otra en que meditara lo que estaba pidiendo, con
todas sus consecuencias egoístas, pues era algo que al que hacía la petición,
no iba a afectar demasiado tanto como a mí.
La charla se alargaba
indefinidamente, y llegó un punto en que yo me vi incapaz de seguir escuchando.
En el mayor silencio posible, me fui alejando lentamente de aquellas voces, y
cuando estuve seguro de que ya no podrían oírme, apreté a correr.
Con un resuello que nunca me vi capaz
de alcanzar, bajé por la ladera de la colina, atravesé campos labrados,
praderas cuya belleza en otros tiempos me habría hecho detenerme a contemplarla
por largo tiempo, pero en esos momentos, en mi mente solo bullía una idea:
alejarme todo lo posible de la realidad, tan cruel, que me laceraba el corazón
con un puñal amigo.
Llegué a la costa, a una playa desde
la cual veía atardecer en aquellos momentos. El sonido del agua siempre me
había relajado, pero en esos momentos, sólo removía los posos de mi desdicha.
Lancé un grito al cielo, tan desgarrador cómo era el dolor en mi pecho, pero
nadie me oyó, pues estaba solo en aquella playa, lejos de todo el mundo.
Me zambullí en el agua del mar, y
nadé con todas mis fuerzas para alejarme de la orilla hacia mar abierto. No me
importaba que hubiera debajo de mí, en las oscuras aguas del océano, sólo me
preocupaba alejarme de lo que había en tierra, de un peligro más fuerte que
algún animal hambriento bajo las aguas. Y es que mi corazón, representaba
también mi mente y es en ella donde reside toda mi fuerza.
Ya no veía la orilla. A mí alrededor
todo era mar. Estaba ya perdido, sin orientación, pero mi corazón aún latía
dolorido, herido quizás de muerte para él, pero no para mí, pues aún con el
corazón roto, yo seguiría viviendo durante muchísimo tiempo. Cuan cruel puede
llegar a ser la vida, pues yo seguía ahí, respirando, soportando esa agonía que
me mataba por dentro...
Como deseando acabar con esos
pensamientos que golpeaban mi mente, me sumergí en el agua, tratando de
perderme en sus oscuras aguas hacia el fondo, hacia lo desconocido...
...
El sonido de una voz me despertó de
mi letargo. Al abrir los ojos, aún durante un rato creí haber cambiado la
naturaleza de mi sueño por uno de más agradable sentimiento, pues me encontraba
tumbado en el suelo, boca arriba, con mi cabeza descansando en las rodillas de
Dawn, cuya piel seguía brillando con ese tono tan misterioso que le confería la
noche.
Entre las ramas del árbol bajo el
cual Dawn había decidido llevarnos para descansar, podía ver la luna llena,
brillando. Pero ya no estaba sola en el cielo. Habían aparecido un par de
estrellas que, aunque aun dejaban un gran hueco en el firmamento, de tristeza,
hacían concebir algo de esperanza, pues, si habían aparecido dos para
acompañarla, ¿que impedía que pudieran aparecer más a lo largo de esa noche?
-¿Estás bien, Sunset?
-Creo que aún sigo soñando, Dawn...-
Le respondo con sinceridad, me ayuda a sobrellevar la pesadilla que he revivido
y no es mentira.
-Se te pasará. No eres el primero que
sufre los efectos del perfume de hada, suele causar delirios y desvanecimientos
a quienes se exponen a él durante mucho tiempo y no están acostumbrados.
-Ya decía yo que olías demasiado bien
para mi gusto...-Me río un poco desganado. Las imágenes de mi mente aún me
atormentan.
-¿Estabas teniendo una pesadilla?
-Sí, sobre el día en que me enteré de
que querían expulsarme.
-Entonces no ha sido mi perfume lo
que te ha hecho caer en el sueño. Te has desmayado cuando salíamos del bosque
de la Serenidad. Ahora mismo nos encontramos en los Campos de los Recuerdos.
Me alzo un poco sobre mis codos y
oteo el lugar en donde nos encontramos. Dawn nos ha llevado hasta debajo de una
encina que se alza, casi en solitario a varios cientos de metros de la salida
del Bosque de la Serenidad. Ante este bosque, una larga pradera, sembrada de
cultivos por doquier, se extiende hasta la falda misma de las montañas. Algún
que otro árbol, como el que nos cobija, se alza solitario hacia el cielo
repartidos por la planicie.
-No me digas más. En estos campos, he
de revivir momentos clave de mi vida...
-Casi. Vas a recordar, sobre todo,
los momentos en los que se te negó la existencia en el castillo. Y yo que tu,
iba meditando lo que haría cuando lleguemos a las montañas tras atravesar estos
campos, pues la siguiente parada, es la Fuente del Devenir.
-El futuro que queremos para nosotros
mismos... Una etapa con truco, seguramente.
-Y para ello, debes saber lo que
quieres, antes de tener que elegir entre dos cosas.
-¿Has superado esa etapa alguna vez?
-No, Sunset. Esa es una etapa que se
me atraganta. Jamás he llegado más allá de la fuente, y sé que lo siguiente que
viene a partir de ella, es más difícil aún si cabe.
La miro a los ojos. Siguen tan
electrizantes como siempre, pero su tono apagado me recuerda que, al igual que
en mis alas negras se refleja mi condición de herido, ella también lo es. Le
poso una mano en el hombro, intentando reconfortarla.
-Esta vez, superarás esa fuente Te
ayudaré a conseguirlo. A fin de cuentas, tu me estás ayudando muchísimo en
estas primeras etapas, y yo no olvido nunca un favor que he recibido.
-Ojalá me puedas hacer el favor en
esta ocasión tu a mi.
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