Camino por el campo, siguiendo a Dawn, que va a su aire a
varios metros de mí, casi sin percatarse de que me está dejando atrás rápidamente
(o puede que haya olvidado que realmente estoy con ella). Aún me pesa en la
cabeza esas imágenes de mi lamentable pesadilla, que no ha dejado de
atormentarme desde que desperté.
A veces, cuando pienso en ello, me
invade un odio y una ira indescriptibles, y clamo venganza por ese tormento
inmerecido al que me han condenado. Pero cuando cesa el incendio y la cordura
retorna a mi mente, no puedo dejar de pensar en lo que pude haber hecho, o no,
para merecerlo. Sin darme cuenta, me encuentro divagando en un mar de dudas que
me llevan a cuestionarme mi propia existencia incluso. Y el destino.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. Miro
a mí alrededor y compruebo, por un instante alarmado, que Dawn ha desaparecido.
Al final me ha dejado atrás, y no sé si ha sido deliberadamente o de forma
inconsciente, pero el caso es que la desaparición del hada, me turba.
Cerca de mí se alza un ciprés
solitario, que inclina su copa al son del viento que sopla del poniente. Es uno
de tantos árboles solitarios que se hayan dispersos en esos campos, y deduzco,
que el hecho de haberme quedado sólo en sus cercanías, es una señal de que debo
acercarme a él, por los caprichos de mi destino ya escrito.
Al llegar a su lado, del ciprés emana
un aroma especial, que evoca en mí cierta nostalgia al aspirarlo. Acerco mi
mano a su contorno, cerrando los ojos. Y espero...
...
Sólo veo oscuridad. No siento nada
especial, ni siquiera una pizca de luz que haga reaccionar a mis ojos. Por un
momento, creo que estoy muerto. Pero entonces, siento que el aire se mueve a mi
alrededor, acariciándome el rostro, que siento húmedo, las gotas de agua escurriéndose
por mi cara y mi cuello.
Una sensación de ardor se agolpa en
mi pecho y violentamente, abro los ojos y me pongo a gatas, tosiendo y
escupiendo agua que me escuece en la garganta al salir.
Siento que hay alguien a mi lado,
pero éste ni se inmuta en acercarse y permanece apartado, como esperando que me
recupere yo mismo de esos espasmos tan atroces que me desgarran por dentro.
Al fin logro estabilizarme y alzo la
cabeza hacia esa presencia. Un anciano, con aires de erudito, me mira
indiferente, apoyado en su gran cayado de madera, cuyo extremo superior reluce
con la gema preciosa que lleva engarzada.
-Se ha ordenado tu destierro, Sunset.
Debes marcharte.
Su voz ha sonado como lo que en
realidad implica: el mazazo final a mi sentencia. Tan dura y fría la voz cómo
si careciera de sentimientos. La ira, por un momento me obliga a cerrar el puño
en la arena.
-Edén... Si ibas a desterrarme
igualmente, ¿qué más te daba haberme dejado ahogarme en el mar? ¿Por qué tenías
que rescatarme? ¿Acaso está escrito en algún lado que alguien a quién le
arrancan el corazón ha de seguir viviendo con ese vacío, sufriendo día tras día
sin cura posible o redención a lo que ha provocado la extirpación de ese órgano
vital? Porque me has condenado a un infierno en vida al sacarme de las aguas e
impedir que me hundiera para siempre con ellas.
Edén, el guardián del castillo, tan
antiguo como la primera piedra que se alzó del mismo en sus cimientos, tiene la
potestad de velar por aquellos que se acogen en su morada, así como también el
deber de, llegado el caso, como es el mío, expulsar a aquellos que no merecen
seguir en él. En todo lo que yo llevaba en él, jamás un destierro me había
tocado tan de cerca.
El anciano me mira con mirada torva,
cómo si lo que acabo de decir fuera una impertinencia que ha oído ya infinidad
de veces.
-Nos guste o no, la vida sigue aunque
nosotros nos estemos muriendo. Puede que alguien te eche de menos si te mueres,
tenlo en cuenta la próxima vez que se te pase por la cabeza recurrir al método
de los cobardes que reniegan de la vida en cuanto esta les da una de sus
lecciones.
Hace ademán de marcharse, pero apenas
da un par de pasos se vuelve de nuevo hacia mí y me señala con su cayado.
-No es un adiós para siempre Sunset.
Tu camino ahora te aleja de este sitio, pero es muy posible que vuelvas algún
día. No obstante... He de advertirte que perderás tus recuerdos de cuanto aquí
haya acontecido conforme pase el tiempo fuera de estas tierras. Olvidarás todo,
menos esa sensación que te quema por dentro, pero no podrás recordar, fuera de
aquí, el porqué de esa sensación. Y cuando tus alas se tornen de un oscuro tan
absoluto como el cielo sin estrellas, entonces, y solo entonces, habrás perdido
tu identidad y se te permitirá regresar. Te deseo lo mejor, Sunset. Y espero
que volvamos a vernos algún día, cuando estés preparado.
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